jueves, 8 de diciembre de 2011





El camino había absorbido el otoño hasta los tuétanos. Se pudría dulcemente de madurez. Con agua y niebla, con arrebatos de ventisca, musgo entre las piedras y en el suelo, las hojas muertas, insectos que volaban, saltaban y se arrastraban invisibles, y palitroques de ramas quebradas. Rescoldo de las fiebres del verano, se agarran desesperados, dorados, ocres y rojos. Nacían luces y sombras de un sol que no calentaba.






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