miércoles, 23 de febrero de 2011

At The Bottom


Así que ahí está esta mujer, en un avión y está volando para conocer a su prometido, volando alto a través del océano más grande del planeta tierra, y estaba sentada al lado de éste hombre, con quién, tú sabes, había intentado iniciar conversaciones, y sólo, realmente lo único que le escuchó  fue cuando pidió su Bloody Mary. Y ella está sentada ahí, y está leyendo éstos árduos artículos de una revista acerca de países del tercer mundo, de los que no puede ni pronunciar el nombre, y se siente muy aburrida y desanimada, y luego.. de repente, hay un fallo mecánico enorme y uno de los motores deja de funcionar y empezaron a caer a treinta mil pies de altura, y el piloto decía por el micrófono: "Lo siento, lo siento, oh Dios mio!, lo siento!", pidiendo disculpas y, y ella miró al hombre y dijo, dijo, "¿Adónde vamos?" y él la miro y dijo, "Vamos a una fiesta... es una fiesta de cumpleaños... ¡Es tu fiesta de cumpleaños! ¡Feliz cumpleaños, cariño! Te queremos mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho, mucho." 

Y luego comenzaron a tararear esta pequeña melodía y es un poco como sigue aquí:


martes, 22 de febrero de 2011

Histeria siberiana

Subí las escaleras con lo último de Bill Callahan sonando en el mp3. Siempre que escuchaba Jim Cain recordaba la portada del disco con aquellos caballos pastando tranquilos, como si el resto del mundo no fuera con ellos. Al cerrar la puerta comprobé que no había nadie en casa. A medida que me adentraba dejé caer el bolso, las llaves, el abrigo, la bufanda,  los zapatos.y finalmente a mi misma sobre la cama. El final de la canción retumbaba a más de veinte centímetros de mis oídos:

In case things go poorly and I not return
Remember the good things I've done

Justo cuando iba a empezar la siguiente, lo apagué. Y me quedé ahí, boca abajo, intentando no pensar demasiado. Estaba cansada por haber subido las cuestas al ritmo de Bill, eso era todo. 

Planeé. 

Después de tres horas dormitando me levanté y me acerqué al mirador de San Cristóbal dónde había quedado con Celia. Nunca mantuve grandes conversaciones con ella, pero siempre que quería que la escuchase ahí estaba yo, con mi litro de cerveza helada y pistachos en una bolsa.de plástico. Ella no lo podía evitar, o hablaba de temas demasiado generales, dando respuestas amplias y sin profundizar apenas, conversaciones de supermercado, o me contaba la última en los cotilleos de la gente que teníamos en común. No sé qué era peor. Llegué tarde. Celia nunca protestaba cuando llegaba tarde, y eso que era lo normal, a cambio yo asentía con mi mejor sonrisa algunas de sus observaciones.

Celia había sido importante en un momento de mi vida pero habíamos cambiado,  ya no salíamos con la misma gente, nos habíamos distanciado y lo único que nos mantenía unidas eran unos pocos recuerdos. No era una mala persona, simplemente teníamos una forma de entender la vida muy distinta.





Cuando volví al piso aun no había señal de que alguien hubiera estado allí en mi ausencia. Ya no me sentía tan fuerte como por la mañana. Puse algo de Liszt. Viendo las fotos de algunas caras y de los viajes que tenía pegadas en la pared me di cuenta que el tiempo también pasaba para mi. 

Era como si, dentro de mi, fuera creciendo un árbol a toda prisa, un árbol que echaba raíces y extendía las ramas. Y conforme iba desplegándose, me oprimía las entrañas, la carne, los huesos y la piel.