viernes, 15 de abril de 2016

Cerca de tu casa


En mi país ideal las personas hibernan más que osos polares y hay palomas disecadas en todos los baños; nadie busca el sentido de la vida porque el hecho mismo de buscar es ir contrasentido. Siempre se desayuna, da igual la hora, las cenas han perdido su razón de ser y de las meriendas mejor ni hablamos. (Relájate). De camino a ninguna parte siempre lees la misma frase: culpable. Pero no hay de qué preocuparse, al fin han instalado dosificadores de Subidones y Orgasmos contra el miedo y la tristeza, a largo plazo no sirven pero, ¿quién piensa a largo plazo? Además, huelen tan bien. (Disfruta). En mi país ideal las personas han olvidado cómo formar frases, ya no miran a los ojos y la autodestrucción se ha vuelto algo vintage, te lo prometo, es lo más. Todo es bastante bonito, hay filtros muy variados. (No tienes que sentirte mal)

Y aquí viene la mejor parte: Quiero que vengas conmigo.


Sally Nixon

Abril, 2016

jueves, 6 de febrero de 2014

Punxsutawney


No sé, supongo que Knut la miró a los ojos y con eso bastó. El hecho es que salió de allí en una vieja bolero negra con la cabeza desbordada de pensamientos, ideas, recuerdos y proyectos tan mezclados entre sí que sólo veía un color: el marrón. Marrón café, ni muy oscuro ni muy claro, marrón-mojón. No salía nada de dentro. Incon-gru-encia. Palabras desperdigadas. Frío. Banco. Saber, querer ¿qué? Pedaleando llegó hasta unas interminables escaleras, qué remedio -debo hacer más ejercicio y escuchar música nueva-. Una vez arriba, giró la llave, tomó impulso y saltó para caer de cabeza sobre una textura blanda, tibia y confortable. La marmota Phil ha dicho que el invierno durará seis semanas más. Aun puedes dormir cinco minutos.







martes, 2 de octubre de 2012

München - Kempten (BR218)

1 hora, 22 minutos y 7 segundos se tarda en llegar en invierno desde la estación de trenes de Munich hasta la de Kempten, montado en uno de esos asientos mullidos con el forro rasgado de tanto uso.

Ese curso me habían contratado por primera vez como profesora adjunta en la Universidad FH Kempten, nunca antes había dado clases. En realidad, siempre había creído que no sobreviviría los 27, como aquellas viejas glorias de la música. Debía levantarme muy temprano para no coincidir en plena hora punta y así meter la bicicleta dentro del tren. A medida que nos acercábamos a nuestro destino podía ver a través de los ventanales como un blanco grisáceo brotaba tímidamente y en minutos se extendía hasta cubrir por completo el suelo. El sol también iba despertándose, aunque a veces aturdido por el frío, como yo.




Ese año también empecé a vivir con Olliver cerca de Holzstraße, en un estudio que había heredado de sus padres. Sólo pagábamos luz, agua y la comida de Gretel, nuestro pez.


El primer día que me incorporé a la Universidad, Olliver me acompañó a coger el tren, me dio uno de esos abrazos largos y me deseó toda la suerte del mundo. Estaba tan nerviosa que creo que sin su ayuda no hubiera encontrado el camino de casa a la estación. Me senté y le dije adiós con la mano. Ese día no pude observar el precioso viaje que me acompañaría cada lunes y miércoles, ni la nieve ni los pasajeros sonámbulos ni los asientos rasgados del tren. Ese día, bajé, salí de la estación, llegué al que sería mi despacho, miré por encima el temario y final e irremediablemente entré en el aula repleta de alumnos de apenas cinco años menos que yo. De lo que dije realmente no recuerdo mucho, me sabía todo casi de memoria, incluido silencios y preguntas "espontaneas". De ese día lo único tengo grabado perfectamente es el azul del acuario donde nadaba plácidamente Knut.

Salí del aula, aun en shock, y no dejé de caminar hasta que me topé con un cartel que decía Ven a ver a Knut, el oso polar. Pagué y bajé las escaleras hasta dar con el cristal helado que me separaba de él. No sé cuánto tiempo estuve sentada allí observando cada uno de sus movimientos, hasta que en algún momento, hicieron efecto en mi.





martes, 4 de septiembre de 2012

La blanchisseuse, Henri de Toulouse-Lautrec, 1884

No, por supuesto no todo es amor.

Ni los abrazos largos ni los paseos en bicicleta ni manchar un lienzo nuevo, ni siquiera compartir un barco de sushi. Lo importante, queridos míos, lo más importante es la economía, los bancos que no sirven para sentarse y aquellos que dicen que gobiernan. Tu mundo gira al rededor de ellos. Desayunas un artículo recién salido del horno sobre la subida del iva, y recibes las buenas noches por parte de un nuevo presentador de telediario. Sueñas con malas noticias o noticias malas. Y en las reuniones todo el mundo habla sobre la madre de un señor de cuyo nombre no quiero acordarme. Es tan difícil escapar. Si tienes suerte encontrarás tiempo para leer un libro, siempre que las redes sociales o tu móvil te lo permitan. Sin embargo, esa sensación, ese vacío que no se llena ni con cerveza de barril, esa sensación te va a acompañar durante no-sé-cuanto-tiempo. Siento ser yo quien te lo diga. Irá contigo de la mano a algún concierto y se sentará a tu lado en el cine. 




Sólo comprendiendo mis palabras te darás cuenta de que después de intentar hacer tu propia versión de Lautrec sin éxito sólo te queda recorrer la ciudad en bici para estar con un amigo y quizás pedir sushi para cenar.