Las más de trece horas de vuelo le estaban retumbando en la cabeza, pero estaba allí, prueba conseguida se repetía mientras recogía su maleta de la cinta transportadora. El viaje era importante, la ciudad también lo era y el porqué de aquel cruce no iba a ser menos. Dejó todo en el hostal y salló, aun le quedaba una noche para el encuentro.
Las mismas cuestiones que se planteó mientras compraba el billete de ida, le volvieron a acechar.. Miedo. Pero ahora era distinto, ahora estaba allí y no había vuelta atrás. Luces, carteles y gente por todas partes Demasiada gente. Estaba anocheciendo, subió a su diminuta habitación. Tenía la cabeza tan saturada que fue incapaz de cenar nada. Mañana es el día. Y si no va bien, no importa, esta ciudad es preciosa, tendré diez días para verla..
Miércoles, 29 de Septiembre en el cruce de Shibuya.
Justo debajo del árbol, delante del centro comercial Ichimarukyū.
No podía dejar de mirar a todos lados, ¿por dónde llegaría? miró el movil, ya era la hora. Pero no tenía su teléfono grabado, ni siquiera sabía en qué hotel se quedaba. ¿Y si había perdido el avión? ¿y si se había perdido con tanta gente? ¿por qué tuvieron esa absurda idea de encontrarse allí? quizás deberían haber quedado en la plaza que hay en frente de la estación, la plaza Hachiko, donde está la estatua, es el punto de espera más popular de la ciudad, y no hay tanto transito, sólo gente que espera y espera y espera y otra vez el stop para los coches y veloces asiáticos de un lado para el otro.
Desde atrás le atrapan unos brazos frios y suaves: "I'm here" le susurra alguien al oido. Demasiado alta para ser una japonesa, piensa. Desde lejos se ve cruzando a dos extranjeros, ella no para de gesticular para hacerse entender en inglés, él no puede dejar de sonreir.
Y si por casualidad no encontramos, es hermoso. Si no, no puede remediarse, dice F. Perls.