No sé por qué motivo lo recuerdo con tanta claridad.
Aunque era mediodía, mirando el cielo cualquiera podría pensar que estaba atardeciendo. Iba en bicicleta y había comenzado a llover muy suavemente. No llevaba guantes, asi que subí las escaleras como pude y esperé el U41 debajo de la parte techada.
Antes pensaba en ésta como una ciudad gris, y ahora sé que me confundía de color. Tiene matices grises desde luego, pero su verdadero color está entre el verde y el azulado, un azul grisaceo quizás. En mi cabeza es inconfundible.
En esa época vivía con Jude, mi compañero de piso, a quien cada vez que entablábamos una conversación sobre las cosas de la casa, mi imaginación me hacía verlo arder y correr por todo el salón hasta que, irremediablemente, saltaba por la ventana rompiéndola en mil trocitos. Justamente ese día no me apetecía empezar con una de esas charlas-búcles. No quería ver a nadie saltar al vacio. Retrasé todo lo que pude la vuelta hasta que mis piernas y mis dedos helados dijeron basta.
Me tapé las orejas con el gorro, metí las manos en los bolsillos e intenté hacerme lo más pequeño que pude. Veía a la gente pasar, abrir y cerrar y abrir y cerrar los paraguas. Tan concentrado estaba en ese vaivén que no la vi llegar. Con una pronunciación no muy buena, me preguntó si sabía algo de inglés y si en la parada donde estábamos llegaba el S9. Sólo pude ver una nariz rosada por el frio y unas ojeras malvas. Abrigo, gorro, bufanda y el consiguiente mapa me hacían dificil imaginar el resto, pero intuí una de las más bonita de las sonrisas que nunca me han regalado.
Terminando de explicarle cómo llegar al aeropuerto de Schönefeld, mi inoportuno tren llegó.
Antes de salir de casa solía hacer una lista mental de lo que voy a hacer (aunque siempre me olvidaban cosas) y tenía ese recorrido tan marcado dentro de mi que no fui capaz de improvisar para invitarla a una taza de vino caliente en Potsdamer Platz después de tirarnos en trineo en la plataforma que habían instalado muy cerca de allí. Me hubiera gustado tanto combatir el frio de noviembre jugando al escondite con ella entre mis sábanas. O acompañarla al aeropuerto, enterarme de dónde provenía aquel acento, preguntarle qué hacía allí sola..
Las puertas del vagón se cerraron y nos separaron.
No dejé de mirarla hasta mucho depués que el vagón girase.
También ella me siguió con su sonrisa mientras me alejaba.